El crédito en Argentina mostró una expansión interanual significativa impulsada por el repunte en préstamos personales y tarjetas de crédito, en un contexto de recuperación parcial del ingreso disponible y recomposición del consumo. Sin embargo, esta mejora cuantitativa convive con un marcado deterioro en la calidad crediticia: la morosidad de las familias alcanzó su nivel más alto desde 2006, reflejando el desfase temporal entre la mejora macroeconómica gradual y la situación financiera concreta de los hogares argentinos.
El fenómeno de deterioro crediticio se concentra principalmente en los segmentos de menores ingresos, donde el repunte de las tasas de interés reales y la ralentización del empleo formal intensifican la presión sobre los atrasos en los pagos. La cartera irregular evidencia que el crecimiento del crédito no está acompañado por una recuperación consolidada del poder adquisitivo, sino que responde más a necesidades de financiamiento ante la pérdida de capacidad de ahorro durante el ajuste económico.
El crecimiento del crédito comercial también presenta señales mixtas: mientras algunas líneas corporativas recuperan dinamismo, la suba de la morosidad familiar genera un riesgo sistémico indirecto que presiona los costos financieros y condiciona la disposición de los bancos a expandir nuevos préstamos. El balance entre apetito crediticio y prudencia regulatoria será determinante para evitar un endurecimiento prematuro de las condiciones financieras. Este escenario plantea un desafío para las autoridades: mantener el impulso crediticio sin comprometer la estabilidad del sistema financiero en un contexto donde persiste el estrés estructural en los hogares.

